Fueron algo de treinta años, meses más meses menos.

Alcanzó para que lo amáramos desde antes de la cuna y para siempre. Para que nos enseñara algo de la vida en la mirada de las nuevas generaciones, para aprender de él cómo se sintoniza con el futuro, cuánto estamos de errados los mayores, dónde está la alegría, cómo se hace para pararse ante el mundo y gritarle “a los que nos dicen qué hacer y cómo pensar”.

Nos dijo cómo vivir sin hipocresía, no se puso máscaras; simplemente no quería. Un dolor de pérdidas reiteradas lo mató de un solo golpe y dejó su disfraz de crisálida para ser mariposa camino de una luz que lo llamaba. Fue su opción. Era demasiado bueno y sensible como para seguir entre nosotros y, él mismo, se  absolvió.

Agradecemos, Federico, lo que nos diste con tanta franqueza, talento y fuerza. Queríamos más pero respetamos tu decisión. Fueron algo de treinta años y agradecemos el haberte conocido.

Estoy convencido de que tu viejo acepta tu decisión, tu ética existencial. Los demás, aquí, estamos muy tristes.

Chau, Fede.

20 de noviembre de 2010

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