¿Qué espera el enfermo de un médico? En primer lugar que haga cesar el dolor o la molestia que lo aqueja. Obtenido eso, busca la curación a  través de un pronóstico y un tratamiento razonables en donde se le brinde información y se tenga en cuenta su opinión. Porque podría haber cosas que el enfermo no está dispuesto a hacer para recuperar una pseudo salud.

Cuando cae en cuenta -el paciente, porque el médico lo sabe- de que no hay curación, el enfermo quiere una respuesta plausible y tranquilizadora, algo que le permita vivir en dignidad para tomar sus últimas decisiones. Es cierto que algunos preferirán seguir durando en la ignorancia de lo inexorable pero, en este caso, los familiares o el servicio social hospitalario deberían ajustarse a sus previsiones. El valor a privilegiar es la voluntad de quien tiene comprometida su existencia y está a punto de enfrentar la mayor experiencia de un ser vivo: su muerte. Dicho de otro modo,  los pacientes deben comunicar sus decisiones y la familia y “los brujos de la tribu” respetarlas.

Por nuestra parte -hablo en nombre no de un “yo” sino de innumerables “yoes”-  solicitamos, pedimos, exigimos,  instamos, demandamos, requerimos, una información precisa y detallada bajo la protección del silencio que es propio de la intimidad. “Mi muerte es mi asunto”, diría si escribiera en primera persona.

Consideramos que es bueno no tener expectativas respecto de la eficacia de los médicos. Desde luego que apreciamos las diferencias entre la atención que prestan hoy respecto de la que suministraban los galenos precursores y, sobre todo la ayuda de los paliativos al dolor. Pero hay enormes lagunas en su conocimiento, tantas  que más bien parece que tienen algunas islitas de certezas en un océano de dudas.

Tenemos amigos médicos -varios- y los apreciamos como personas tanto como valoramos sus esfuerzos y el empeño que le ponen a batallas que saben perdidas de antemano. Son admirables en su acción humanitaria,  en el desapego conque actúan  y en la compasión -parecemos budistas hoy- por la fragilidad humana de la que participan. Gracias Rubén Escamilla, Amelia Caresana, Noemí Otero, Mario Basile, Jorge Pompei, por un humanismo militante.

No parece sensato someterlos a nuestras apetencias de inmortalidad producto de los artículos periodísticos en revistas que sugieren que ya está la fórmula para vivir 150 años y que pronto estarán dados los avances para vivir sin límite. Nadie aclara que eso será sólo para quienes puedan pagar los tratamientos o para quienes pasen la selección de funcionarios del Estado que dirán que “no se trata de súper poblar el planeta” y cosas por el estilo. Pero no importa, dejemos eso. Sí queremos de los médicos -porque lo necesitamos- que nos ayuden con el dolor.

Un amigo me comenta que tiene varias dolencias menores: cefaleas cada tanto y malestares permanentes en un testículo, en la espalda -sobre todo en las cervicales- neuropatías de origen diabético, disminución en la capacidad respiratoria y ojos secos que, paradójicamente, se le llenan de lágrimas sin aviso previo. Lleva años de tratamiento, toma medicamentos -12 pastillas diarias- para diferentes cosas y, además, tres preparados  homeopáticos que han resultado eficaces para controlar una artrosis y levantar sus defensas. Las salas de consultas de los médicos y de los laboratorios son parte importante de su actividad actual. No obstante, el testículo, la espalda, la insuficiencia respiratoria y los ojos, todos bajo tratamiento, están igual de mal que siempre.

Tengo la impresión de que me olvidé algo de lo que le pasa a mi camarada, pero da lo mismo porque lo citamos sólo para mostrar un caso de atención médica con medicamentos que resultan ineficaces. O sea, que no se cura.

Vistas así las cosas y con la firme promesa de mejorar la relación humana – a medida que la ciencia vaya avanzando, tanto mejor será-  podríamos sugerir a nuestros médicos que hablemos. Que ellos nos digan con franqueza lo que hay y lo que cabe esperar y cuál es la eficacia real de un medicamento. Nosotros podríamos colaborar evaluando la conveniencia de tomar “la pepa” o no hacerlo, podríamos acomodar la cabeza al pronóstico que nos den y decidir cómo queremos vivir la enfermedad que es parte importante de nuestra vida. En otras palabras: ¿podríamos humanizar la relación médicos & pacientes?