En estos días han florecido las petunias blancas en el jardín de Nélida. Se suman a un lirio violeta que asoma sobre la verja del balcón, frente a mi escritorio, junto a una Santa Rita que resiste con la esperanza de cubrir la reja y volcarse. Ya se empeñaban en alegrarnos la vista y el corazón unos lirios naranjas (¿o son iris?) que florecieron junto al mes de septiembre y los geranios que abrieron pequeñas luces blancas al lado de otras, más antiguas, grandes y rojas. Lo demás sigue verde en esos espacios breves que nos dan los balcones sobre la calle Montevideo. Son suficientes para apoyar el esfuerzo del Ficus, hamaca de gorriones traviesos que acompañan nuestra añoranza de los patios cordobeses. Es un privilegio tener un horizonte con flores y pájaros. Es un privilegio poder hacer una pausa en esta vorágine.