Estamos despidiendo un año y esperando otro. Como si a cada momento le sucediera uno nuevo en una cadena lineal, que va desde un comienzo hasta un punto final, sin solución de continuidad. Así nos contaban la historia hasta Vico y el corsi e ricorsi y así la percibe la mirada ingenua. En cuanto al “registro” humano, percibimos el mundo y el paso del tiempo en nosotros mismos como un movimiento dialéctico de la materia. Así, de nacimiento a muerte, el cuerpo va superando etapas hasta culminar en una energía que vuelve al cosmos. Es una hermosa ilusión.

El tiempo no es lineal, sino curvo; no es único -coexiste con otros- y la mayoría de las cosas que conocemos de él no son, siquiera, factibles de una demostración indubitable. Pero las convenciones son útiles para la vida, y las aceptamos y después de aceptarlas sólo los científicos vuelven sobre ellas para desarmar las certezas y encontrar nuevas preguntas.

Frente a tanta incertidumbre, el sentido común pontifica: lo que importa es cómo nos ubicamos frente al transcurrir. Es, como todo lo que proviene de Don Pedro Grullo, un sabio consejo.

José Saramago, uno de los premios nobel de verdad, explicó -no me pregunten dónde- su postura sobre el tema; a su manera, abriendo una ventana a la libertad.

“La Edad de José

“Frecuentemente me preguntan que cuántos años tengo… ¡Qué importa eso!
!
“Tengo la edad que quiero y siento. La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso. Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso, o lo desconocido. Tengo la experiencia de los años vividos y la fuerza de la convicción de mis deseos.

“¡Qué importa cuántos años tengo! No quiero pensar en ello. Unos dicen que ya soy viejo y otros que estoy en el apogeo.

“Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice, sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte.

“Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso, para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos, rectificar caminos y atesorar éxitos. Ahora no tienen por qué decir: Eres muy joven… no lo lograrás.

“Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma, pero con el interés de seguir creciendo. Tengo los años en que los sueños se empiezan a acariciar con los dedos, y las ilusiones se convierten en esperanza.

“Tengo los años en que el amor, a veces es una loca llamarada, ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada. Y otras un remanso de paz, como el atardecer en la playa.

“¿Qué cuántos años tengo? No necesito con un número marcar, pues mis anhelos alcanzados, mis triunfos obtenidos, las lágrimas que por el camino derramé al ver mis ilusiones rotas… Valen mucho más que eso.

“¡Qué importa si cumplo veinte, cuarenta, o sesenta! Lo que importa es la edad que siento.

Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos. Para seguir sin temor por el sendero, pues llevo conmigo la experiencia adquirida y la fuerza de mis anhelos.

“¿Qué cuantos años tengo? ¡Eso a quién le importa!

“Tengo los años necesarios para perder el miedo y hacer lo que quiero y siento».

José Saramago
Premio Nobel Literatura 1998