Hoy en Egipto, hubo «una tensa calma». Es un país convulsionado como sus vecinos del Magreb -la parte más occidental del mundo árabe, el “lugar por donde se pone el sol”- por una revuelta popular que comenzó hace más de una semana. Es el norte de África. En el Magreb están Marruecos, Túnez y Argelia pero también se incluye actualmente a Mauritania, al Sáhara Occidental y Libia. Este último, la bisagra o puente con el Mashreq -el lugar por donde aparece el sol- donde prevalece Egipto.
Ayer la plaza central de El Cairo (Tahrir) fue escenario de duros enfrentamientos entre los manifestantes que intentan derrocar al presidente Hosni Mubarak para librarse del hambre y alcanzar una democracia sin tutelaje y quienes lo defienden: policías, empleados estatales, sectores de clase media que conformaron patotas civiles. Estos, junto a delincuentes comunes, fueron también los responsables de diversos saqueos y se enfrentaron con sectores de propietarios armados para defender sus casas y negocios.
Las Fuerzas Armadas, que parecían neutrales en un comienzo, favorecieron con su actitud prescindente el accionar de las fuerzas del caos. Luego de la gran manifestación del 1 de febrero han mostrado que -por ahora al menos- no están dispuestas a destituir al presidente Mubarak. Tampoco Estados Unidos e Israel.
Egipto es clave para la política estadounidense en Medio Oriente por su papel de aliado obediente y su dependencia en materia económica y militar y los EE-UU. no quieren ir más allá de un cambio formal de autoridades para dar una cobertura democrática. En lo inmediato, tratan de ganar tiempo para arreglar el destino del presidente egipcio y concertar con la “oposición” la impunidad de los militares corruptos. Ellos insisten en que Mubarak debe “pilotear la transición a las elecciones previstas para septiembre” como él mismo ha dicho. Lo que parece seguro es que en estos días o en septiembre, Mubarak se va. Pero no es lo mismo “una transición ordenada” que una asonada popular triunfante.
Las “revueltas” populares sin una vertebración política partidaria son episodios aislados. Pueden derrocar al gobierno -pasó en Túnez, hace muy poco- o lograr cambios de gabinete, o la renuncia a la reelección del presidente en países como Yemen y Jordania. O sea: maquillaje y no cambios profundos en el modelo social y la estructura del estado. Túnez, que ha sido puesto como ejemplo -hablan de la revolución de los jazmines- muestra intactas a las FF.AA. y al aparato burocrático anterior.
Lo extraordinario es que esta rebelión -que podría ser una revolución- ha tomado por sorpresa incluso a los Estados Unidos. Es imposible no pensar en Irán 1979. En aquel entonces, ni los poderosos servicios de información de la URSS ni los de EE.UU. previeron la revolución popular que derrocaría a Muhammad Reza Pahlevi, el Sha de Persia, derrotando a las Fuerzas Armadas más poderosas de la región. Pero hay diferencias entre ambos hechos y una muy importante es que no hay religiosos islámicos metidos en la insurrección egipcia sino que ésta es consecuencia de la crisis mundial del capitalismo.
Las “razones de la ira” en los países árabes del norte de África se encuentran en el fracaso del modelo neoliberal vigente desde el Consenso de Washington: desempleo record, salarios insuficientes, carestía de los alimentos básicos, desigualdad creciente; en suma, miseria, marginación y falta de futuro para los jóvenes. A eso hay que sumar gobiernos autoritarios y corruptos que se perpetúan en el poder durante décadas sostenidos por Fuerzas Armadas pertrechadas, entrenadas y al servicio de los Estados Unidos.
La tumultuosa situación del Magreb y de los países vecinos podría ser sólo el comienzo de una década sangrienta, con inestabilidad social y política, a menos que se pueda satisfacer la demanda de trabajo de los 400 millones de jóvenes que intentarán sumarse “al mercado laboral” en ese período y que ya no toleran más desigualdad.
Para el pueblo egipcio -empujado por al hambre y la desesperación antes que por un afán de democracia- el primer objetivo es librarse de Mubarak porque no imaginan a otro peor. Pero esto no es suficiente para que la situación varíe hacia la justicia social. Mucho menos para instalar un gobierno que altere el equilibrio internacional.
Otra posibilidad es que el imperialismo ahogue en sangre la rebelión, un recurso a la mano de cualquier gobierno autoritario y que provoca un efecto contrario: el crecimiento en el pueblo de la conciencia revolucionaria. En síntesis: cualquier escenario es malo para quienes quieren mantener el orden actual.
Una victoria popular y un gobierno independiente -la hipótesis menos probable- situarían a Egipto junto al creciente número de países que procuran soltar el ancla del imperialismo y partir en busca de su destino.