“La Colifata” es una emisora de radio que acaba de cumplir 22 años de existencia. Tiene como particularidades a) que emite desde un hospital psiquiátrico de Buenos Aires; b) es un espacio de libertad donde “nadie te dice qué tenés que decir ni cómo”; c) que la llevan adelante médicos, internos y voluntarios; d) que tiene programas de calidad, no sólo humana sino profesional; e) que es un ejemplo de convivencia en la diversidad; f) que tiene intervenciones de los internos que rozan lo sublime.
Colifata es un término propio de una lengua minoritaria, el lunfardo, críptica en sus comienzos pero que la mayoría de los argentinos comprende y que significa “loca”, palabra que abarca el conjunto de enfermedades mentales, en femenino. La colifata es “la loca”, la radio loca de los locos.
El psicólogo Alfredo Olivera -su fundador- la concibió para «dar un salto al muro (del Hospital) y poner en conexión realidades artificialmente divididas», un medio que permitiera la expresión y la inserción social de los internos, personas generalmente abandonadas por sus familiares o distanciadas de ellos. Fue una experiencia pionera en el mundo.
Desde diciembre de 2007 la ciudad de Buenos Aires está gobernada por la derecha política que, como se sabe, considera que hay que cortar gastos en todos los aspectos sociales, reducir los presupuestos de salud y educación y hacer negocios que favorezcan a socios ocultos, grandes empresas o al capital financiero. El hospital neuropsiquiátrico Borda está afectado hasta la indignidad de no contar con agua caliente ni calefacción porque el gobierno de la ciudad los cortó con diversos argumentos procurando que médicos y pacientes acepten la demolición del edificio y la reubicación de los pacientes en otros establecimientos, o la vuelta a sus hogares. Es un claro intento por favorecer negocios inmobiliarios ya planificados en esa zona.
La justicia aceptó un pedido de amparo interpuesto por los defensores del hospital y dictó una prohibición de hacer modificaciones en el lugar. Sin embargo, al amparo de una fría madrugada de abril, fuerzas armadas de la ciudad -policía “Metropolitana”- protegieron la demolición del Taller Protegido 19, destinado a tareas terapéuticas de los internos. Cuando se difundió la noticia, se movilizaron hasta el lugar médicos, políticos -los humanistas dijimos presente-, sindicatos, familiares y algunos medios de comunicación. Todos fueron duramente reprimidos por los efectivos armados según se pudo apreciar en fotografías y grabaciones televisivas que se difundieron principalmente porque muchos periodistas fueron golpeados.
Este hecho -un claro abuso de autoridad- contrasta fuertemente con la política y práctica del gobierno nacional de no reprimir las manifestaciones de cualquier tipo, actitud que rechaza -como corresponde a la ideología del garrote- el gobierno derechista de la ciudad. Este respeto por la libertad de expresión que ampara las protestas callejeras va parejo con la libertad de expresión de los medios escritos y audiovisuales y con la plena vigencia de las garantías constitucionales. Todo esto tiene una década de aplicación y hay adolescentes que viven con naturalidad esta plenitud. Incluso también muchos adultos que vivimos en carne propia la represión -desde los 18 años- y somos escépticos sobre la acción del Estado y de la policía. Entre ellos, muchos amigos colifatos del Borda que no podían creer lo que estaban viendo.
En los actos de celebración de la existencia de una radio que es un orgulloso medio de comunicación y de expresión libre y garantizada, se citó una frase que revela la perplejidad y el estupor de un interno. El hombre lanzó al aire lleno de gases policiales una frase conmovedora: “estoy viendo cosas que no son”.