En el mundial del ’78, en Córdoba, fui al estadio Olímpico Chateau Carreras, hoy denominado Mario Alberto Kempes, a ver el partido entre Alemania y Holanda. Por una “razón irracional”, como todos los  sentimientos que mueve el fútbol, nunca me gustó el juego de Holanda, ni siquiera ese año en que era considerada la heredera de la «naranja mecánica», la selección que jugaba un «fútbol total». Era el equipo más promocionado como posible ganador de la Copa Mundial -todavía es un mimado de la prensa deportiva- y, hasta hoy, nunca pudo ganar ese trofeo.

No recuerdo si Alemania convirtió el primero o el del empate (terminaron 2 a 2), pero hubo uno de los dos goles alemanes que fue muy bueno y lo festeje con fuerza, de pié y los brazos en alto. Alrededor de mi entusiasmo lanzado al aire hubo un silencio significativo y me quedé helado (ya el clima atmosférico era de invierno, pero tuve la certeza de haber metido la pata). Casi toda esa tribuna era contraria a Alemania. Cuando me disponía a sentarme, mirando la silla para comprobar que no me la habían quitado o colocado algo inconveniente, un cordobés bien cordobés -morocho total- vociferó, aunque estaba al lado: “Tío, aquí somos hinchas de Holanda”. Y comenzó a gritar buscando el coro: “Jolan, Jolan, Jolan”, una  versión local del inglés macarrónico. Cosas de tribuna.

Ese año ’78 Holanda llegó a la final y jugó contra Argentina, un equipo que fue creciendo en lo deportivo y en la consideración del público, hasta jugar bastante bien a medida que pasaban los partidos. No pude ir a la cancha. No lo permitía la situación política -estaba cerca de partir a España- y lo vi por televisión junto a Nélida embarazada. Ganó Argentina por un incuestionable 3 a 1 y Mario Alberto Kempes fue considerado héroe en un equipo con mucho protagonismo cordobés: además de él, estaban Miguel Ángel Oviedo, Luis Galván, Osvaldo Ardiles, Héctor Baley. La verdad es que fue una alegría, a pesar de las circunstancias confusas que se vivían. Mucha gente -nos identificamos con ellos- no conocíamos la gravedad de la represión, ni en su extensión ni en el grado de horror que alcanzó el terrorismo de Estado.

El partido de hoy 9 de julio nos dio otra vez una satisfacción. Principalmente porque pasamos a disputar la final que consagrará al Campeón del Mundo 2014 pero, como queda dicho, tuvo además el plus de ganarle a Holanda. Miremos  desde otra óptica y seamos sinceros -trato de serlo siempre-, no hubiera sido lo mismo ganarle a Costa Rica. La selección de los “ticos” pudo haber derrotado a Holanda y hubiéramos jugado contra ellos. No hubiera sido lo mismo. El corazoncito latinoamericano late y crece y los europeos -amigos sólo formalmente-  son recordados como los colonizadores, los expoliadores, los saqueadores.

El fútbol es un revulsivo de pasiones y saca a la luz prejuicios, simpatías, enconos, altruismo, piedad, odio, amor…Es muy difícil la neutralidad -salvo para algún santo- y, así como hay hinchas fanáticos hay personas que aborrecen el fútbol. En este caso, aflora la degradación, el menoscabo, la irritación con ese «bando de decadentes» que «aplauden a 22 tipos corriendo tras un cuero de chancho”. En todo caso, hasta los que aspiran a superar las pasiones mecánicas tienen preferencias emotivas.

Hoy ganó Argentina en un partido donde apareció el juego de equipo que buscaba su director técnico Alejandro Sabella y Leonel Messi aportó como uno más. Es que las individualidades no están en discusión: entre los  jugadores con jerarquía internacional, están además de Messi, Sergio Agüero, Gonzalo Higuaín, Ángel De María, Javier Mascherano, Martín Demicheli, Rodrigo Palacios, Ezequiel Lavezzi y los que se han revelado como grandes figuras Pablo Zabaleta, Marcos Rojo, Ezequiel Garay,  Lucas Biglia, Enzo Pérez, Sergio Romero, Maximiliano Rodríguez (los dos últimos héroes de los penales). Fue un verdadero equipo frente a otro de similar valía. El resultado fue una contienda pareja, con más ocasiones para Argentina pero concluyó en empate. Luego, los penales, ese “otro partido” y el triunfo argentino.

El país fue una fiesta, según nos mostró la televisión. Y en Buenos Aires pudimos verla y vivirla en la calle Corrientes, de bote a bote, hasta el obelisco y más allá.

Estar en la final de la Copa Mundial ya es una satisfacción enorme, un premio al esfuerzo y a los méritos de 23 jugadores y un cuerpo técnico calificado, estudioso, abierto a sugerencias,  motivador. Todos ellos, gente agradecida, sencilla y con ganas de aprender y ser mejores.

Es bueno agradecer lo que ya se ha conseguido pero esto no significa resignarse con lo hecho. Ahora vamos por más, vamos por Alemania. Podemos ganar.