Hay mujeres que son el Todo. Esa es la mejor manera que se me ocurre para describirlas. Junto a ellas nada más es necesario; en su presencia se experimenta la unidad y la compensación del vacío existencial: ellas son la cuerda de luz  que supera el abismo.  Son las mujeres diosas.

Hay quienes dicen que no existen más allá de nuestra imaginación. Nosotros no  contradecimos esos dichos, por respeto a toda opinión y por temor a contrariar a las diosas en su modo de presentarse que es -objetivamente- injusto, porque no aparecen ante todos.

Por suerte vienen en diversos momentos de nuestra vida y se van al poco tiempo para dejarnos otra vez incompletos y ansiosos de ser.

Una amiga nos envía una descripción que tiene miles de años o muy pocos, no importa porque está en la mente de los hombres desde el principio de los tiempos.

“Ni Helena, ni Margarita, ni la “santísima virgen”. Soy la que las genera y la que las supera. Soy la diosa”.

HIMNO A ISIS
Descubierto en Nag Hammadi, 1947

Porque yo soy la primera y la última
Yo soy la venerada y la despreciada
Yo soy la prostituta y la santa
Yo soy la esposa y la virgen
Yo soy la madre y la hija
Yo soy los brazos de mi madre
Yo soy la estéril y numerosos son mis hijos
Yo soy la bien casada y la soltera
Yo soy la que da a luz la que jamás procreó
Yo soy el consuelo de los dolores del parto
Yo soy esposa y esposo
Y fue mi hombre quien me creó
Yo soy la madre de mi padre, soy la hermana de mi marido
y él es mi hijo rechazado.
Respetadme siempre porque yo soy la escandalosa y la magnífica.