Ser padre es una circunstancia de la vida -en el sentido orteguiano del término- que, cuando es querida o aceptada, es una de las más hermosas. Es la que convoca nuestros mejores esfuerzos y la que nos hace experimentar el significado de la palabra plenitud. Es, además, un ejercicio de flexibilidad para adecuarnos a los cambios constantes que tiene el proceso de crecimiento de un ser humano con el que nos sentimos identificados.
Cambios que pasan porque en una etapa -toda la escolaridad- dejamos de “ser fulano de tal” para pasar a ser “el padre de”…nuestro hijo, consideración que será perenne ante esa generación y ante sus maestros. En la adultez los caminos se separan, las individualidades se fortalecen, los hijos se labran su propio lugar en el mundo y hasta puede ocurrir que no nos relacionen si uno no introduce al otro. Sólo en circunstancias especiales y en ciertos ámbitos vuelve a aparecer la frase “el padre de…” o “el hijo de…”. En la política, cuando esto ocurre, rara vez estamos ante la presencia de una vinculación prestigiosa. Es más frecuente lo contrario y a eso queremos referirnos.
Se ha cumplido una semana de un accidente de tránsito con desenlace fatal y un episodio macabro: un automovilista atropelló a un ciclista cuyo cuerpo rompió el parabrisas y cayó de cabeza dentro del auto. Las piernas quedaron sobre el capot. Con el cadáver en el auto, el conductor -probablemente en estado de shock- hizo 17 kilómetros hasta que, en un peaje, la policía lo detuvo.
Reinaldo Rodas, el ciclista, circulaba por la ruta Panamericana, acción que está prohibida. Pablo García, el conductor de un Peugeot 504, tenía en sangre una cantidad de alcohol tres veces superior a la permitida y circulaba a gran velocidad. Nadie vio los detalles del choque.
El hecho se investiga y hubiera pasado a segundo plano en los medios de difusión, como ocurre con los accidentes de tránsito tan comunes en la Argentina, de no ser porque el padre de Pablo García es Eduardo Aliverti, un conocido y valorado periodista próximo al gobierno. Él mismo había reconocido el miércoles, en la página facebook de su programa “Marca de Radio”, que su hijo era uno de los protagonistas del desdichado suceso. Escribió: “es uno de los momentos más dolorosos de mi vida”. El sábado se corrigió: “es el peor momento de mi vida”, dijo en una grabación hecha para disculparse por no poder conducir su programa de radio.
Lo comprendemos y nos solidarizamos con su pesar, como lo hacemos también con el dolor de los familiares de la víctima. Pero Aliverti -que no tiene responsabilidad alguna en el accidente- está siendo el blanco del periodismo amarillo. También de medios que no son sensacionalistas todo el tiempo pero sí forman parte quienes intentan desprestigiar al gobierno con la teoría del caos y atribuyendo cualquier desgracia al gobierno, o a sus funcionarios, o a la gente próxima. Incluso a quienes son sospechosos de no estar en contra del gobierno.
Es asombroso tener que escribir esto. El nombrado insistentemente por la prensa es el padre del conductor del vehículo, como si él fuera responsable por la conducta de un hijo que es un hombre mayor de edad cuyo destino está en manos de la justicia. Es evidente el interés en perjudicarlo, en mancharlo, en agravar la situación procesal del hijo ante jueces que tendrán que esforzarse para no ser tildados de favorecer a un hombre de prestigio real, ajeno al caso. Pero “culpable” de ser el padre.
Ya no quedan vestigios de la ética periodística que preocupaba -no digamos en los comienzos de la profesión- hace 50 años a quienes estábamos orgullosos de ser periodistas.
Aliverti dijo también en la grabación aludida algo que suena a utopía: “ojala esto sirviera para que, de una vez por todas, se abra un debate serio acerca de la ética periodística”. Inmediatamente recordamos a Charlie García cuando, hablando del futuro, decía: “¿Será como yo lo imaginé? ¿O será un mundo feliz?”. Hay cosas en las que resulta difícil ser optimista.