Es la marcha mayor que hayan realizado los pueblos originarios del territorio que hoy es la República Argentina. Lo habíamos anticipado: faltando la columna sur, eran varios miles los hermanos indígenas que acamparon el 19 en las instalaciones de la UOM en Zárate, a las puertas de la ciudad de Buenos Aires (ver blog del 20). Como en las etapas anteriores del viaje que hicieron desde La Quiaca y de Misiones, los puntos más extremos al noroeste y al noreste, desde La Patagonia al sur y de Mendoza al oeste, llegaron con el apoyo fundamental de la organización Tupac Amaru que lidera Milagro Sala. Fue muy buena  la organización y excelente el comportamiento: ni una gota de alcohol, nada de violencia y droga. El 20 subieron a los ómnibus, los estacionaron al costado de la autopista en la entrada a Buenos Aires y se descolgaron a pie por la avenida 9 de julio.

La marcha fue masiva, sin precedentes en los 200 años de existencia de Argentina contados desde mayo de 1810, cuando comenzó el proceso de liberación que culminaría el  9 de julio de 1816 con la declaración de la Independencia.

Vinieron a mostrar que existen. Diezmados por los conquistadores españoles y por las campañas de los gobiernos nacionales y provinciales argentinos, las naciones del sur fueron víctimas de genocidio en la campaña al desierto que emprendió el general Julio Argentino Roca entre 1869 y 1878 para repartir las tierras a los parientes y amigos del poder. Los sobrevivientes -referencias de David Viñas- fueron “cazados a tiros por blancos que cobraban dinero por las orejas de los muertos». Como algunos comenzaron a tener piedad y entregaban las orejas sin haberlos asesinado, se pagó sólo a quienes traían sus testículos” (La cita no es textual).

En el norte, el centro y el oeste no hubo una larga campaña militar pero se los confinó y mató de hambre. Otros fueron trasladados: los Quilmes, de origen Quechua fueron obligados a caminar desde Tucumán hasta el sur de la ciudad de Buenos Aires. Fue en castigo por haberse rebelado contra los españoles. Desarraigados y reducidos a lugares  acotados en todo el territorio, se pretendió que no existían. 

El 20 desfilaron pacíficamente mostrando la fuerza de la determinación y se instalaron frente a la puerta del poder político, en la mítica Plaza de Mayo. 200 años después está claro que existen.

Sus reclamos son simples. Quieren la tierra, la protección del medio ambiente -afectado por la extracción de minerales a cielo abierto y la contaminación del agua; por el desmonte del bosque nativo que les quita tierra y les inunda-; el respeto por su cultura, la escolaridad bilingüe en sus propias lenguas y en español, derecho a la consulta y consentimiento sobre  los hechos y acciones que los afectan y la aplicación de la ley 26160 de emergencia territorial que no se cumple, entre otras.

La Presidenta Cristina Fernández de Kirchner los recibió y manifestó estar de acuerdo con algunos puntos pero no con todos y propuso una agenda de trabajo para la primera quincena de junio. De todos modos, alentó al diálogo diciendo “Me gusta que cosas que nunca pasaron en la Argentina comiencen a hacerse realidad” aludiendo a la presencia de los representantes de los indígenas en la sede del gobierno. Jorge Nahuel, mapuche, destaco que la marcha dejó en claro que los pueblos originarios están “movilizados”, bien organizados -acotamos nosotros- “y tienen una fuerza mayor que hace décadas”.

Hubo algunos manifestantes desilusionados por el resultado obtenido en la Casa Rosada pero todos estaban satisfechos con la marcha y con la cálida recepción que les dio la gente al desfilar por las calles de Buenos Aires. De las 600 mil personas -según algunos, para otros 1,5 millones- que se reconocen miembros o descendientes de los pueblos originarios, 8 mil atravesaron diez provincias para hacerse ver, celebrar que están vivos y explicitar sus reclamos. La marcha es sólo el punto de partida en el proceso de recuperación de la dignidad que les debe el Estado argentino.