Marisela Escobedo Ortiz reclamaba justicia para su hija. Había descubierto y obtenido la confesión del asesino, la pareja sentimental de la joven y lo llevó ante la justicia pero los jueces desestimaron sus pruebas y dejaron al criminal en libertad. Junto a organizaciones que militan en defensa de las mujeres denunció a los magistrados y logró que los apartaran del juicio. Pero había tocado el sensible entramado político que protege a los feticidas en México. Fue asesinada frente al palacio de gobierno en Chihuahua por un desconocido que le disparó a quemarropa.

En su lucha en búsqueda de justicia, que comenzó con una impronta individual, descubrió el drama colectivo de las mujeres en México y su vida tuvo un giro sumándose al repudio generalizado hacia la violencia y al apoyo de eventos internacionales por la Paz.

“La mayoría de los actos violentos contra las mujeres quedan en la impunidad perpetuando su repetición y la aceptación social», leemos en un informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

La organización es una de las que condenó el asesinato, señalando que «urge una vez más que el Estado mexicano adopte las medidas legales, administrativas y de otra índole para evitar que hechos similares vuelvan a ocurrir en el futuro».

El Observatorio para la protección de los Defensores de los Derechos Humanos también condenó el asesinato de Marisela Escobedo. Lo hicieron, además, las organizaciones Centro de Derechos Humanos de las Mujeres, la Mesa de Mujeres, Justicia Para Nuestras Hijas y el Centro de Derechos Humanos Paso del Norte.

Los humanistas nos sumamos a este repudio contra el crimen de Marisela y nos solidarizamos con su familia y compañeras y compañeros de lucha