Los argentinos estamos viviendo un momento particularmente interesante: nos estamos aproximando a la verdad histórica, estamos descubriendo aspectos no revelados de nuestra realidad social e incluso de nosotros mismos. Cada día nos conocemos un poco más en nuestras luces y en nuestras sombras y, día a día también, discutimos y profundizamos la democracia que heredamos en la democracia que construimos.

Los derechos humanos son el eje acerca del cual gira este avance continuo que va dotando de contenido a palabras vaciadas por el uso irresponsable de los políticos de ocasión.
 
En este país como en ningún otro  se está siguiendo el modelo que presentó -nadie volvió a tomarlo hasta ahora- la Alemania de posguerra con los juicios a los criminales nazis y a sus colaboradores civiles. Es cierto que aquí recién comienzan a establecerse las complicidades de ministros (caso del economista Martínez de Hoz); de empresarios (se investiga a los propietarios de las acciones de Papel Prensa y hay un listado de 604 empresarios despojados y, consecuentemente, «dueños» de esos emprendimientos cuestionados); están ya en la picota periodistas de los medios que colaboraron con la dictadura y crece el señalamiento de los políticos -principalmente del partido Unión Cívica Radical pero también de otros- que fueron intendentes, gobernadores, embajadores, etcétera, entre 1976 y 1983.

El Poder Judicial aportó a la dictadura jueces, fiscales y secretarios, muchos de los cuales aún desempeñan sus cargos, y no sólo no demuestran arrepentimiento sino que son los encargados de congelar -“cajonear” dicen en Tribunales- los juicios a los genocidas, morigeran el castigo dictando prisiones domiciliarias o en cuarteles militares.

Aún más importante en términos de esclarecimiento conceptual, es que se está estableciendo con claridad ante la opinión pública la complicidad de los medios de información con el poder fáctico, un tema conocido desde siempre por los periodistas -de ahí su indudable complicidad y responsabilidad- pero ignorado o no creíble para el gran público.

En estos días alguien recordaba un episodio histórico. Cuando las tropas de los Estados Unidos se retiraban derrotadas de Vietnam, Henry Kissinger despotricaba que habían sido vencidos por los medios de comunicación. Fue la última vez en que la prensa estuvo en el “frente”. A partir de allí “el control de la información fue una cuestión tan o mas importante que las batallas con el enemigo” afirma Mariló Hidalgo en la revista Fusión, en julio de 2008. Así, los “periodistas” recibieron instrucciones sobre qué se filmaría de cada acción militar y, sobre todo, qué se difundiría por esos medios. Cuando se produjeron las invasiones a Irak  las cámaras de la CNN tuvieron un lugar preferencial para filmar y difundir lo que se les indicara. Pero todas las demás cadenas también aceptaron. Nunca se vieron los horrores de la guerra: los  muertos, los cuerpos destrozados, la sangre de hombres, mujeres y niños que  son la otra versión –la que importa- del “coste humano” que hay que pagar para alimentar la codicia del imperialismo.

Durante la guerra de Vietnam y mientras crecía el poder de Wall Street comenzó a incrementarse el peso del “complejo industrial militar” (palabras de Eisenhower). Este esquema se trasladó a todos los países dependientes y el control de los medios de comunicación o su directa asociación con el poder financiero y al poder militar han sido el motor de la expansión imperialista de los Estados Unidos de Norteamérica.

En Argentina, los “medios de comunicación” más importantes (Clarín, La Nación y La Razón) recibieron de la dictadura genocida el control del “papel prensa” en condiciones que se sospechan delictivas. Por supuesto, proveyeron papel para la prensa escrita de otros medios pero a condición de que lo pagaran más caro y, por cierto, que fueran condescendientes con la dictadura. Hoy el gobierno ha remitido a la justicia todos los antecedentes reunidos para que investigue y dictamine.

La ciudadanía espera y vive con intensidad este particular momento de la Argentina.