“Por primera vez este año, la mayoría de los árboles de navidad venezolanos no albergarán bajo sus ramas armamentos de plástico ni fieros combatientes”, señala un cable de agencia. Es toda una noticia, ya que la República de Venezuela es una sociedad donde la vida está cobrando un valor que no tenía. Lo revelan las cifras propias y ajenas: la situación de violencia lo coloca todavía entre los que ostentan las tasas más altas de homicidio en Latinoamérica. Por eso, entre otras medidas, nueve meses atrás la Asamblea Nacional aprobó una ley que prohíbe la “fabricación, importación, venta, alquiler, uso o distribución de juguetes de contenido bélico”.

Desde luego que la persuasión siempre es preferible a la prohibición, pero cuando se trata de negocios y lucro, es difícil poner límites morales y hay que acudir a una normativa que proteja a la población. Sobre todo cuando las estadísticas oficiales consignan que “la primera causa de muerte en personas de 15 a 26 años en Venezuela es el impacto de arma de fuego”.

La medida no ha provocado resistencia ni fuertes campañas en contra y la mayoría de las tiendas cumple la ley. Sin embargo, los juguetes de moda están en el mercado negro. A través de Internet hay particulares que venden los Nerf, los Iron Man y otros muñecos en páginas de subasta o compra-venta de mercancía. Lo mismo sucede con los videos juegos que se venden en la calle en versión pirata.

La definición que hace la ley de los juguetes bélicos está en plural: son “aquellos objetos o instrumentos que, por su forma, imitan cualquier clase de arma”, así como “aquellos que, aún sin promover una situación de guerra, establecen un medio de juego que estimula la agresividad o la violencia”.

Hay que contar con que los niños se decepcionarán un poco, porque ya tienen imágenes de los juguetes con sus ornamentos y atributos de combate.

Evidentemente la ley no se propone como la solución de fondo al problema de la violencia ni mucho menos, pero es una ayuda. Así lo reconocen algunas ongs -casi todas son contrarias al gobierno- critican que la ley antibélica “no ataca, ni con mucho, la verdadera raíz del problema”. Un razonamiento reñido con la lógica. Si se acepta que los juguetes bélicos y la televisión basura aumentan la violencia -lo acuerdan todos los pacifistas y hacen campañas sobre esa base- ¿cómo es que cuando se los prohíbe esta medida no tiene eficacia?

“En nueve meses (de vigencia de la ley), las cifras de criminalidad no han bajado” dicen otros objetores. Claro. Los adultos de hoy y los que vendrán por un par de generaciones se han formado en la violencia desde el útero y esta medida apunta -perdón por la palabra- a crear conciencia en los niños, no a modificar el comportamiento de los adultos que ya sería mucho pedir.

Compartimos con los promotores de la ley que se trata de una herramienta importante con resultados en el mediano plazo. Es un paso adelante hacia “una sociedad más sana y pacífica”. Y desde luego que ayudaría mucho que la industria del juguete no sea una subsidiaria de la industria militar y fabrique muñecos con héroes civiles que han mejorado la sociedad. Sería aleccionador que los niños pudieran reconocer y jugar con los grandes hombres y mujeres que han aportaron progreso para todos en lugar de destrucción.
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