Ayer día 6 los humanistas nos hemos pronunciado, como todos los años, por un mundo en paz, lo que equivale a decir, en principio, un mundo sin armas.  Un proceso -ojalá no extenso- al que se llegará priorizando la eliminación de las bombas nucleares.

Nuestras manifestaciones han sido en recuerdo de Hiroshima y, adelantándonos unos días, de Nagasaki, donde las primeras bombas atómicas mataron a decenas de miles de personas para que los Estados Unidos de Norteamérica (EE.UU) sentarán primacía sobre las demás naciones del planeta. Un mal sueño y una peor realidad.

Muchas otras voces se han alzado para demandar cordura, sabiendo de antemano que resultará vano cualquier esfuerzo que apele sólo a la conciencia de los gobernantes, a la visión de los militares o a la convicción ideológica. Es bueno decir lo que el sentido común dicta a los ciudadanos inteligentes porque la manifestación de los principios y los valores humanos es un norte al cual enfilar las intenciones, pero no basta. Probablemente por mucho tiempo no se alcance la madurez necesaria para que la paz llegue como fin de un proceso de crecimiento de la conciencia colectiva.

Así lo entendemos los humanistas, que  mantenemos el contacto con el alcalde y con la campaña «No más Hiroshima» que cada año reitera a las potencias nucleares la necesidad de poner fin a la amenaza de esas armas.

Por todo eso es importante poner de relieve las propuestas que puedan hacer viables los anhelos de los seres humanos que creen en sus posibilidades de desarrollo en armonía social. La Marcha Mundial por la Paz y la No Violencia, inspirada en las enseñanzas de Silo, que tuvo lugar entre octubre de 2009 y enero de 2010, fue un alerta de repercusiones planetarias.

Ahora, una noticia que llega desde Islamabad contribuye a reforzar el punto de las condiciones primarias para lograr el fin deseado. «El desarme nuclear mundial es factible si garantizamos una seguridad igual y sin menoscabo para todos los Estados», dijo el portavoz del Ministerio pakistaní de Relaciones Exteriores, Aizaz Ahmad Chaudhry, cita la agencia Prensa Libre. En su opinión “ese proceso debe cumplirse de manera no discriminatoria, universal y verificable».

Pakistán y la India son los únicos países asiáticos con armas nucleares y están fuera del poco convincente Tratado de No Proliferación. La relación que mantienen es ambigua y desde 1947 han librado tres guerras, causando preocupación a sus pueblos, a los países vecinos y al resto del mundo. Aún hoy, está vigente la disputa por el territorio de Cachemira. En ese contexto cobran especial relevancia las declaraciones del funcionario pakistaní.

Según la agencia Prensa Libre, “Chaudhry recordó que ambos países han adoptado varias medidas de fomento de la confianza, incluidos una línea directa entre sus secretarios de Relaciones Exteriores; acuerdos sobre notificación previa de pruebas de misiles balísticos y la prevención de accidentes relacionados con las armas nucleares.”

No es mucho, evidentemente. Pero preferimos enfatizar el beneficio de patrocinar medidas de equilibrio y amistad y la lucidez de plantear el problema en su real dimensión: se necesita un acuerdo global donde se negocie en paridad y “sin menoscabo para todos los estados… de manera no discriminatoria, universal y verificable».   Es un buen sueño. Y es reconfortante trabajar para que sea una mejor realidad.