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A continuación difundimos parte del editorial de Mora Torres.

Una carta de Paul Valéry a los franceses – Editorial

Entre mis libros hay un libro precioso, viejo, pequeñito, de tapas duras anaranjadas, de una editorial que hace muchos años dejó de funcionar y cuyo nombre me suena con nostalgia: La Pajarita de Papel (Saber Leer). Es una obra de Paul Valéry, y merece tan bello formato (La incertidumbre del poeta). La colección estaba dirigida por Guillermo de Torre, y, lo más importante, la traducción es de Ángel J. Battistesa, una garantía en estas lides.

Aunque suene pretencioso -no tengo otra manera de decirlo- Paul Valéry fue un aventurero de la inteligencia (Filosofía de la conciencia). Anduvo por ella como por un país, o por muchos países, descubriendo la forma de su pensamiento, y se atrevió a ser racional cuando todos eran surrealistas, o dadaístas tal vez (Dadá y el surrealismo: Orígenes y Fundamentos); a pensar largamente un verso, como se piensa un teorema.

Nació en Séte, Francia, en 1872. Allí escribió su largo poema El cementerio marino, que lo consagró en su momento como el mejor poeta francés (Jorge Guillén o El paraíso, no su sombra). No creo que lo haya sido. Poetas de esa nacionalidad hay demasiados, y demasiado buenos (Rimbaud y Breton, influencias del simbolismo sobre el surrealismo).

Pero su vida no se limitó a versos y lirismos -por otra parte, nadie menos lírico que Valéry para la poesía y nadie más exquisito que él para la prosa, específicamente sus ensayos.

Discurrió sobre política, entre otras cosas; sobre su amigo el enorme poeta Mallarmé y sobre el también enorme Leonardo da Vinci, que no me dan las fechas para considerarlo de su círculo íntimo, pero a quien aprendió a conocer más que nadie -recomiendo Introducción al método de Leonardo como lectura reveladora.

Aunque es en su inigualable Política del espíritu donde puede advertirse su clarividencia (Aura, de Carlos Fuentes: ¿Una obra a la cual le es inmanente una teoría literaria?). Por ejemplo, esta carta que estoy a punto de copiar, dedicada en especial a sus franceses, da que pensar sobre lo que ocurriría un siglo después en Francia y en el mundo -me gustaría enviarles las dos cartas que integran el apartado “La crisis del espíritu”, pero no es mucho gasto de tinta y de papel, mejor dicho de espacio…

Escrita en 1919, apenas terminó la primera gran guerra, produce algunos estremecimientos de temor mezclados con estremecimientos estéticos: la belleza de la prosa asombra; la exactitud del pensamiento asusta.

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Por Mora Torres.

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