Un rápido vistazo panorámico de las guerras de los últimos años, sus protagonistas, sus motivos y sus beneficiarios resulta desolador en su brutalidad. No hay espacio alguno para sutilezas.

Estados Unidos el Reimo Unido o EE.UU. y la OTAN han generado desastres en los países que han ocupado militarmente con el increíble pretexto de pacificar o de evitar males mayores, como el falso argumento de las “armas de destrucción masiva” en Irak.

En el país que gobernaba Saddam Hussein -pasada su intromisión en Kuwait- la población iraquí vivía en una paz aceptable -comparada con la situación actual- hasta que George Bush decidió en 2003 el bombardeo e invasión, con el apoyo del Reino Unido. Ocho años después, con las tropas en retirada, el país se desangra en una beligerancia permanente. Las etnias y sectas religiosas que convivían bajo el poder de Saddam Huseim están ahora enfrentadas en una guerra de todos contra todos: algunos contra las tropas de ocupación; sunitas contra chiítas o a la inversa; kurdos contra chiítas o sunitas; otros contra Yazidis, etcétera. El sobresalto es continuo y la calidad de vida es de sobrevivencia en peligro constante.

Afganistán, ocupado desde 2001, es otro ejemplo. Los continuos “errores” en los bombardeos de los EE.UU. -recodemos Bala Baluk el 6 de mayo de 2009 o el bombardeo en Kunduz, el 4 de septiembre de ese mismo año- han provocado cientos de víctimas inocentes. Es impresionante la cifra de niños huérfanos (1,2 millones) que no estudian y deben trabajan para sostener a sus familias. El gobierno títere de Hamid Karzai -ganó con fraude la elección de 2009- no ha servido para traer la paz y el bienestar a los pobladores que han visto el resurgimiento de talibanes exacerbados y el crecimiento de la violencia. Tampoco los 68 mil soldados estadounidenses han podido avanzar de modo considerable en la “lucha contra el terrorismo” a menos que se piense que asesinar a algunos jefes de segunda línea o a un jefe retirado y sin predicamento -eso era Osama Bin Laden en su ocaso- es una manera efectiva de derrotar a un enemigo que opera de modo descentralizado. Los resultados “han sido fatales para el pueblo afgano” se lee en el almanaque mundial 2011.

En Libia -la más reciente de las aventuras pero que no será la última- han convertido una incipiente revuelta en una guerra civil, con un alto costo en vidas de ciudadanos desarmados, muertos en sus escuelas, en hogares, o en refugios en la ciudad de Trípoli y en otras leales al gobierno. Ahora son decenas de miles los que han experimentado el rigor occidental y alimentan un odio hacia Europa y los Estados Unidos similar al que sienten por las tribus que traicionaron a Gadhafi y se proclaman vencedores. Como era de suponer, la ineficacia -no hablamos de una crueldad manifiesta que a nadie parece interesarle- de los bombardeos y la humillación del pueblo ante una agresión extranjera que arrasó con su soberanía ha incrementado el riesgo de una guerra civil permanente. Recordemos que se trata de tribus que se toleraban cuando convivían bajo la férula de un líder con mano de hierro, inaceptable para los parámetros occidentales pero admisible -al menos durante mucho tiempo- para una sociedad con fuertes tensiones internas.

En rigor, lo primero que resulta objetable por los observadores extranjeros imparciales es que no se agotaron los recursos para solucionar pacíficamente la salida de Muammar Al Gadhafi. Esto es una verdad como una montaña y hubo intentos de negociación impulsados por Sudáfrica, Rusia, Venezuela y por organizaciones africanas (la Unión Africana, por ejemplo) que fueron desdeñados rápidamente. Este apuro por “la solución militar” -vergonzosamente avalada por la ONU- hacía suponer que la causa eficiente era otra diferente a “salvaguardar al pueblo libio” y se pensaba en el petróleo de Libia, imprescindible para las economías agotadas de los EE.UU. y de Europa. Es sabido que además hay fuertes reservas de oro y de agua en el subsuelo del desierto cuya administración es negocio para las empresas occidentales. En suma -como es sabido – la economía imperial busca el alimento energético de las colonias y lo hace con un desprecio absoluto por la vida humana.

Ahora, tras un aparente triunfo -porque preanuncian resistencia, acaso guerrilla urbana- y como ocurrió en Irak, viene el control del petróleo, el negocio de la reconstrucción (incluirá un completo y costoso rearme de las FFAA), la instalación de una democracia al uso occidental con un gobierno títere, que no podrán compensar la destrucción que ha sufrido el tejido social, el intento de avasallar una cultura y su religión y la violencia y el terror  cotidianos. Es el modelo imperial ya conocido que da resultados aparentes en el corto plazo pero que no podrá imponerse en el mundo por su falta de humanidad.