Para Irina Burstein Romera y Miguel Molto
En Buenos Aires, la luz diurna dura hasta tarde en verano.
Hace unos días, casi al anochecer, iba cruzando la calle Corrientes desde la vereda sur hacia la norte, en la esquina con Uruguay y, allí donde la acera se ensancha con aires de paseo, vi a un grupo de personas con carteles en la mano. Llevaba prisa y advertí que, apenas pusiera el pie en la acera a la que me dirigía, el semáforo me permitiría cruzar en «ele» hacia la vereda este de Uruguay. Me mandé, mientras miraba de reojo los carteles «¿Quieres un abrazo?/ «Abrazos gratis»/ «Damos un abrazo» y algún otro.
Pensé que no me vendría mal, después de un día duro pero iba a una reunión de relajamiento y otros trabajos personales y no quería llegar tarde. Esa reunión era “mi abrazo previsto”, el bálsamo que me devolvía a mi mismo, que me permitía rehacer los pedazos del alma partidos por las agresiones de casi todos los que enfrentamos a diario. Iba con ese propósito y en esa dirección, no quería atrasarme y comencé el cambio de rumbo en 90 grados. Es probable que, visto desde afuera, pareciera que intentaba esquivar a los militantes del abrazo pero no era la intención. Igual, no pude continuar.
«Tío, tío ¡un abrazo!» escuché. Alguien se acercaba y me volví.
Tío es una expresión afectuosa que se usa en Córdoba para saludar amistosamente a cualquier persona mayor, conocida o desconocida. La han usado conmigo para preguntar regalando el humor cordobés (“Tío, tío, ¿usted salió electo?”) o pedir (“Me ayuda con una monedita, tío?”) o para responder (“Sí, tío. Son mil metros al sur y luego 1350 al este. Suerte, tío”). En Madrid también lo usan pero como equivalente a nuestro “tipo” o a “persona” o “individuo”. “Es un tío de la hostia” recuerdo que decía con admiración un joven refiriéndose a otro.
Pero no estaba ni en Córdoba ni en Madrid, así que esas imágenes se esfumaron. “Tío”, caí en cuenta, también es una expresión que denota parentesco. ¡Pero uno no tiene sobrinos en las grandes ciudades! Los sobrinos son entidades propias de los pueblos, porque los pueblos son, todavía, familias grandes en un espacio pequeño. Se me hizo evidente, que no esperaba encontrar un sobrino o sobrina en las calles de Buenos Aires.
Allí estaba. De todas las posibilidades imaginadas, era la mejor: una sobrina me ofrecía un abrazo. “Tío, tío ¡un abrazo!”. Era Irina, de Villa Dolores, hija de mi prima Mónica, de visita en Buenos Aires donde vive su padre. La abracé, abracé a su papá -después de unos 16 o 17 años de no vernos- y seguí abrazando. De apuro, porque estaba atrasado. Estaba programado para ir a abrazarme con otras personas, en una reunión marcada con antelación. Fue un encuentro neurótico, casi formal. Compartí un momento y seguí viaje.
Fui, tuve la reunión predicha, volví y recién esa noche caí en cuenta de que todavía seguía corriendo, por inercia. El día me había marcado con sus prisas haciéndome su victima, devorándome como dicen que Kronos lo hacía con aquellos que él engendraba. Al día siguiente volví a Corrientes y Uruguay en diferentes horas pero no los encontré, estarían dando abrazos en otras esquinas, lo más probable.
“Tío, tío ¡un abrazo!” es una frase que me despierta de la ilusión de estar despierto mientras corro detrás de imágenes que, por previstas, no son más importantes que las encontradas en cualquier recodo de la vida. “Tranquilo mi niño”, me digo al estilo canario, tengo que equilibrar lo externo y lo interno, la acción en el mundo y la conciencia de mi mismo.
La historia, por repetida, no deja de ser un punto de partida para una reflexión simple, liviana. Una reflexión de verano sobre el uso del tiempo y sobre la atención.
No estaría mal proponernos dejar espacio para una pausa cotidiana, con abrazos o sin ellos. Una pausa diaria para retomar contacto con nosotros mismos, un hábito que nos permita aceptar morosamente las excepciones que nos propone la vida. Tal vez deberíamos permitirnos también, planificar con calendarios holgados, con espacios para imprevistos. Que nos pongan en disposición y nos permitan recibir abrazos. De sobrinos y de extraños.