Recibimos una nueva entrega de Monografías.Com: la Newsletter #582 y les anticipamos una parte del editorial de  Mora Torres.

El amor y la muerte en el jardín de los más jóvenes –  Editorial

Con mis amigos, en mi juventud (La Amistad: Esas Amistades Peligrosas), hablábamos del amor (Del Amor y Otras Yerbas) y de la muerte (La muerte en la historia).

Del amor convertido en materia de poesía (Historia de la Poesía), nos preguntábamos si entre sus escombros quedaba algún sentir,  o si de tal manera había sido transformado que no era ya más que palabras sin carne, sin espíritu, repitiendo por ejemplo “Noviembre sepulta el paisaje, y mi vida. Nada sé y nada quiero saber de tu pasado”.

Conversar era entonces un pensamiento que se expandía y trepaba los muros de la casa (El arte de conversar: Hablamos mucho, pero decimos poco, muy poco), y mis amigos discurrían sin que yo comprendiera -enamorada y “dejada”- una sola razón más que la del amor, más que la del asilo en un alma como un nido sin fondo.

Y mis amigos querían consolarme (Mis sentimientos al espejo) y hablaban y entonces los bordes de los objetos se quebraban, y mi voz aparecía de pronto para decir que no había quedado nada, ni un signo, ni una rosa, y que los días estaban agujereados, que no atrapaban, que soltaban su presa. Que las siestas y las noches ya no tenían magia, que su perfume era sin jardín.

Les decía a mis amigos que yo ya no existía, porque había nacido de hábitos del amor, como que en la caricia nacen las manos, que se mecen al cantar de los incendios, que uno sobrevive como sombra del fuego que sintió, que un día de tempestad uno se apaga en agua pura.

Les decía que en el caso de volver a construir un poema, lo construiría como una caja, como una caja que encerrara a mi amor, que ese poema-caja sería el lugar secreto de los sucesos en llamas, en especial de los recuerdos en llamas.

Pero nunca construí esa cajita.

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Por Mora Torres
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