La historia que presenta Elefante Blanco es la de una “Villa”; la que rodea a un edificio enorme que es un sueño frustrado: estaba destinado a ser el más grande hospital de Latinoamérica, pero quedó abandonado por los avatares políticos y el fundamentalismo de los sectores antitéticos en Argentina. Lo concibió un socialista -explica el Padre Julián cuando muestra el lugar al cura belga que ha rescatado en la Amazonia-; lo pararon los militares; lo reanudó Perón y nuevamente los militares -¿qué tienen que hacer en el gobierno?- volvieron a discontinuarlo. Allí está la Villa 15 del barrio Lugano, que desde los ’80 se conoce como Ciudad Oculta. Está en la periferia de Buenos Aires, y allí conviven trabajadores y delincuentes.

De la película, digamos ante todo que es óptimo el trabajo del director Pablo Trapero. Lo decimos por su manera de filmar las secuencias de acciones prolongadas (la policía invadiendo la Villa, escenas con los narcos, las protestas, el drama del final) y por el modo de preparar a los intérpretes de los papeles secundarios con chicos y mayores que no son actores profesionales. También hay que destacar la intensidad conque presenta las escenas de la matanza del comienzo o el momento cumbre de suspenso cuando la negociación del personaje de Jérémie Renier con los narcos.

Decisivo también el trabajo de los actores. Darín ya nos tiene acostumbrados a  actuaciones sobresalientes, pero la costumbre no le quita mérito: cada película es una nueva ocasión para expresar su versatilidad, esta vez en el papel del cura Julián. La señora Martina Gusman brilla en una interpretación que da verosimilitud a la historia y aporta el toque de humanidad necesario en medio de tanta violencia y deshumanización. Jérémie Renier (primera película que vemos de él) muestra sus dotes interpretativas al comienzo del drama y luego acompaña con corrección, lo que no es fácil. El hombre se destaca haciendo un papel de bajo perfil y muestra su solidez profesional. Los demás actores acompañan bien y los no-actores han sido bien asesorados.

En cuanto al guión creo que aquí hay algún que otro “pero”, sin que esto disminuya la obra. No entendimos -por ejemplo- por qué vomita la chica dentro del auto (¿los gases policiales? ¿Embarazo?: no nos dimos cuenta) pero aparte de ese cabo suelto -o difícil de asir- hay varias líneas de historias que marchan paralelas: el drama cotidiano de la pobreza; el conflicto de los curas con la jerarquía de la Iglesia; el conflicto interno de los sacerdotes atados a un celibato incomprensible; la permanente violencia policial; el “olvido” de los funcionarios; la corrupción; la droga en el submundo de la pobreza y otros. La Villa es protagonista y todo se descubre en ese lugar que la gente llama Ciudad Oculta.

La música, demasiado protagónica al comienzo, acompaña y potencia los aspectos dramáticos y el suspenso. Contrariamente, no nos gustó el tratamiento casi al estilo colombiano de la escena de persecución entre narcos por las callejuelas de la villa pero igual tiene la credibilidad que le aportan los habitantes del lugar y el manejo de los planos del director Trapero, un excelso narrador de historias. A propósito del arte de narrar, comparada con la reciente “Carancho” y anteriores como “Familia Rodante” o “Leonera”, este drama fílmico deja alguna duda/deuda pendiente, sobre todo en el final.

Todo lo dicho no invalida -ni siquiera disminuye- la película que nos enfrenta a nuestras carencias como sociedad latinoamericana: en las villas viven argentinos marginales de muchas provincias que no se han logrado insertar en este medio social y paraguayos, bolivianos, peruanos y otros que tratan de sobrevivir  cómo se pueda.

Resumiendo: excelente trabajo de dirección, notable Darín, muy bueno el trabajo de Jérémie Renier y Martina Gusman y una ambientación humana y material verosímiles. No hay una glorificación de los personajes marginales pero tampoco un juicio adverso. La miseria es tal como se la pinta y está relacionada con todos los temas planteados y nos invita a reflexionar, viendo el ejemplo de los curas y los asistentes sociales sobre nuestro propio papel como ciudadanos. ¿Seguiremos indiferentes o no mirando hacia las “ciudadesocultas”? ¿O aportaremos para que se humanice la sociedad?

En síntesis, otra gran película de Pablo Trapero.