¿Qué se cambia? La vida. No más.
No se trata de si se deja esto por aquello; de si se modifica el estatus, o las circunstancias. Tampoco se trata de una existencia aburrida a la que se da un giro de 180 grados para correr una aventura, o generar la adrenalina necesaria para no morir de tedio. Menos aún se trata de identificar las mudanzas como el paso de una vida regalada a otra austera. O a la inversa.
No es una condición necesaria pero en muchos casos se observa que las personas “han dado ese salto de riesgo que no todo el mundo es capaz de realizar”. A veces es una corrección algo más suave.
En ocasiones es una causa política o social, en otras se trata de una causa ecológica o, aunque para algunos resulte difícil de entender, del amor a los animales. O bien una cuestión de solidaridad humana. O la necesidad de desafiar los propios límites en alguna forma: deportiva, intelectual, moral.
Las épocas de crisis de valores, cada fin de siglo, las revoluciones, son hechos sociales suelen dar lugar a las manifestaciones de estas conductas individuales.
Un psicólogo apunta que “en algún momento todas las personas pensamos en cambiar, bien sea de trabajo o de pareja” –dice- o de ciudad o de país. A veces es un sueño, otras un ideal, a veces una identificación con una vida ejemplar, en otras ocasiones la necesidad de afecto o de cumplir algo oscuramente intuido como un destino.
La dificultad está en dar el “golpe de timón”, en romper la inercia de lo “malo conocido” para fijar y seguir un rumbo hacia lo desconocido.
Las dificultades son numerosas y frecuentes las posibilidades de entrar en pánico por la novedad. No se trata sólo del miedo al cambio -suele superarse con la decisión misma- porque una vez que se ha virado hay un nuevo paisaje que atrae e informa novedades. La economía -ese monstruo tan temido- es el menor de los problemas porque se pone al servicio del plan de cambio y se procede con una practicidad y eficacia inesperada por muchos. Hay otras renuncias, en particular las afectivas, que son las importantes.
En cada decisión hay una clave. Puede ser la muerte de una ilusión como la ausencia definitiva de un amor. Puede ser la comprensión profunda de una verdad; la caída en cuenta; el ver por primera vez lo que siempre estuvo delante de nuestros ojos; un sentimiento de comunión con el universo, con un grupo de personas, con una causa.
Tal vez lo tengamos todo en nuestra mente, menos saber que lo tenemos y lo que hacemos es para reconocernos en nuestra obra, de modo de alcanzar la conciencia de nosotros mismos; la llamada “conciencia de sí” como nivel que nos da una nueva perspectiva y una nueva ubicación.
Son los avatares de una búsqueda que responde a preguntas tan simples como las que formula Silo en El Mensaje “¿Quién soy?” “¿Adónde voy?” . Cada respuesta es un avance que nos abre un nuevo interrogante.
El riesgo es parte de la vida. El cambio es la vida.