Escuché a un periodista radial -lamento no recordar el nombre- describir una escena que también habíamos visto nosotros. En un parque, un niño le explicaba algo a su familia con una netbook de las que entrega gratuitamente el gobierno a los estudiantes. La primera fila estaba integrada por atentos coetáneos -sus hermanos y algunos amigos- y, detrás, con no menos atención escuchaban y veían sus padres. Todos eran personas de condición humilde y parecían  relajados y contentos. Fue un flash en el que tuvimos la experiencia de la integración social similar al que vivimos en los festejos del bi centenario o en Tecnópolis.

Los pasos dados para recomponer el tejido social por el gobierno de Néstor Kirchner y de Cristiana Fernández de Kirchner han sido pasos de gigantes, con una inmediata repercusión en el alza del nivel de la educación, de la salud y de la calidad de vida.

Argentina tiene un sistema educativo gratuito, laico y obligatorio, pero constantemente amenazado por la pretensión de privatizarlo para dar lugar a negocios de amigos del poder o a sectores corporativos regresivos.

La correspondencia de la educación con el sistema capitalista neoliberal es seleccionar mediante el obstáculo de un  costo elevado a quienes podrán recibir la educación que los habilita como futuros dirigentes de la sociedad. El resto, la mayoría que queda desplazada del acceso a ese bien, tiene asignado el destino de ser mano de obra en una sociedad donde faltan oportunidades de trabajo. Ya se sabe que siendo escasa la oferta de trabajo y abundante la demanda del mismo, quienes solicitan empleo se ven obligados a bajar sus pretensiones salariales. Por tanto, podemos decir que el destino asignado a quienes no tienen educación media o superior, es ser “mano de obra barata”.

No obstante contar con una educación gratuita, laica y obligatoria, la calidad de la enseñanza se había resentido en este país durante el siglo XX  por inadecuación a las necesidades del mundo actual. La tecnología abrió un abanico de posibilidades para los niños y jóvenes que, hasta hace poco, estaba al margen de la educación clásica y en manos de quienes pudieran pagarla. El dinero era un filtro congruente con la concepción neoliberal

En otras palabras, la situación escolar era casi la misma que la de siglos atrás: una persona -el educador- “dictaba” clase  a niños -los educandos- que escuchaban o divagan durante 45 minutos. Un tiempo de recreo y otra vez al aula para repetir el esquema cuatro veces aproximadamente por día de escuela. Lo cierto es que los niños se aburrían y no aprendían.

Comprendiendo esa falencia educativa y la necesidad de que la tecnología esté al alcance de todos los habitantes, comenzando por las nuevas generaciones, el gobierno ha decidido ampliar el horizonte educativo y favorecer la integración de los sectores sociales postergados. Para ello, el primer paso ha sido dotar a los alumnos de un elemento fundamental: la computadora personal. Un millón de niños y jóvenes han recibido ya su netbook, y se espera que otros dos millones la reciban en el corto y mediano plazo. Esto ha provocado un cambio importante al darle protagonismo a los estudiantes, al disminuir la intervención del profesor omnisciente y ampliar la ínter influencia de los alumnos entre sí. También se ha ampliado el acceso a la información que provee Internet y cuando se logre el servicio de conexión gratuito en todo el país -ya existe en la provincia de San Luis- se tendrá acceso al máximo de la información y de la comunicación existente. Los alumnos podrán comunicarse en tiempo real con cualquier lugar del planeta.

El gobierno está abriendo un mundo -no sólo a los estudiantes sino también a sus familias- donde la creatividad tiene un espacio amplio para desplegarse junto a nuevos recursos pedagógicos.

Estas medidas de la administración de Cristina Fernández de Kirchner y otras por el estilo -sobre las cuales escribiremos otro día- son algunas de las que van en la dirección de la integración social, de la creación de nuevos códigos de convivencia, de la paz social y el orgullo de pertenecer a una sociedad encaminada hacia la justicia.