“Si tuviera que llevarme un solo libro a una isla desierta, preferiría ahogarme en el naufragio”, escribió Eduardo Mendoza. Leímos esa sentencia y nos invadió el malestar. Nos molestó como una frase vacía antes que fundamentalista y que, aún pensando que se hizo con la finalidad de promocionar un libro que comenta libros, es difícil de soportar. Por cierto no compramos ese compendio.

¿Quién es Eduardo Mendoza? Un crítico, un  comentarista de libros. La frase aparece citada en la contraportada de “1001 libros que hay que leer antes de morir”, de los profesores Peter Boxall y José- Carlos Mainer publicado por la Editorial Grijalbo. Es una suerte de Diccionario de Literatura donde aparece esa cantidad de libros escogidos por los autores y que, parece, son importantes para la muerte ya que hay que leerlos antes de que esa transición nos alcance.

Por nuestra parte, a más de que la perspectiva de una isla desierta es ambivalente, estamos seguros de llevar un libro y sabemos cual. Si fuera posible una pequeña viveza criolla, llevaríamos una obra completa en dos tomos de un autor; un autor no es un libro, lo sé, pero… Actuando con mayor legalidad -aunque no estrictez- aceptaríamos llevar el tomo primero de la obra de ese autor. Por último, si tuviéramos  que elegir con el máximo de estrechez, nos quedaríamos con un libro que es trino, ya que son tres obras breves que aparecieron en secuencia hasta ensamblarse en un título final que es el definitivo. En esta opción no hay trampa, el libro es uno.

Lo que el autor nos presenta es, en principio, el relato de una experiencia de búsqueda de la verdad en el interior de uno mismo y una mirada sobre el mundo de lo humano. Una síntesis acotada y profunda de una propuesta de sentido de la vida entendido como un perfeccionamiento personal y una transformación social.  El lector es motivado a acompañar los descubrimientos del autor, que se transforma en un Guía frente a  prácticas donde es posible experimentar lo revelado por quien cuenta y sugiere.

No conocemos a nadie que lo haya leído sólo una vez. Es una escritura que demanda volver sobre ella y cuando se lo hace es  para encontrar algo diferente, un nuevo punto de vista, otra comprensión. Hay infinitos niveles de lectura provocados por el aprendizaje y la sedimentación de lo íntimamente comprendido en cada una de ellas, por acción y por reflexión.

“La Mirada Interna”, literalmente, es mirar hacia dentro de uno mismo para meditar en humilde búsqueda y, aunque el autor se cuida de imponer su paisaje, deja huellas claras para quienes hasta ese momento sólo bucearon en las aguas del mundo externo.

 “El paisaje Interno” es una visión de conjunto sobre las composiciones de creencias, dudas y certezas que ni siquiera consideramos paisaje por pensar que eso es la realidad. La variación de la mirada según el emplazamiento del observador -“un número es distinto a sí mismo según tengas que dar o recibir”- y los puntos de vista que abren el horizonte –“por lo tanto, que tu corazón afirme: “¡quiero la realidad que construyo!”- son una característica definitoria de este texto.

“El paisaje humano” es una mirada crítica de la construcción que la intencionalidad de los individuos ha instalado en la sociedad, hasta este momento. Una descripción  que evidencia la necesidad de transformarla sin violencia en base a principios tan sencillos como contundentes.

La obra que recoge estas tres publicaciones, que inicialmente fueron editadas en forma independiente, se denomina “Humanizar la Tierra” y su autor es Silo. Son libros para mirar adentro de uno mismo, ver el mundo de otra manera y tratar de cambiar ambos aspectos de la realidad. Es un libro -uno y trino- para encontrar la vida y superar la ilusión de la muerte.