Los humanos también…si nos convertimos en diamantes, claro. El asunto es posible.

Somos muchas las personas que adherimos a la cremación del cuerpo sin vida por diferentes motivos y que ya hemos dejado constancias escritas para que los supérstite puedan proceder sin trabas legales. La purificación por el fuego del envase que uno deja cuando el espíritu, energía vital, neuma o como cada uno prefiera decirle se va hacia otras regiones y otros tiempos. O se diluye, con respeto a todas las creencias. Aún las científicas.

No obstante los problemas no terminan con la cremación: aunque reducido a cenizas siempre hay un resto sobre el cual disponer. Creo que podemos convenir que alrededor de tres kilos de polvo acerado son un considerable ahorro de basura por sobre cuerpos en descomposición de 80 kilos. Pero hay que guardar las cenizas o arrojarlas -recordar que siempre de espaladas al viento- en algún lugar público o privado con capacidad de asimilarlas. Para la primera opción cualquier tanatorio que se precie dispone de urnas de todo tipo y tamaño y, claro, precio. Ambas posibilidades son -sino perturbadoras- al menos engorrosas. Fecha, lugar, cortejo, viaje y presupuesto son inevitables si se van a dar al viento mientras que las urnas requieren decidir sobre la ubicación y, en relación a eso el formato, color, consistencia, etcétera. Pero tranquilos, que todo tiene solución.

Cenizas y diamantes. Como no podía ser de otro modo, de Suiza viene una solución alquímica: las cenizas se pueden convertir en diamantes. Como se sabe, los diamantes son eternos y, por carácter transitivo, las escorias propias también pueden alcanzar esa dignidad. Finalmente, uno es eterno.

La noticia es precisa como un reloj suizo: “Quinientos gramos de cenizas bastan para hacer un diamante, en tanto que el cuerpo humano deja una media de 2,5 a 3 kg después de la cremación”, explica Rinaldo Willy, un experto. «Cada difunto puede generar unos 5 diamantes, para poderlos distribuir entre toda la familia.”

No lo hemos visto pero aseguran que lo primero es convertir el carbono en grafito mediante presión y luego exponerlo a 1.700 ºC, y así producir diamantes artificiales. El detalle que puede hacer la diferencia es que el color varía del azul oscuro hasta casi blanco. «Es un reflejo de la personalidad”, comenta Willy.

“Una vez obtenido, el diamante bruto se pule y talla en la forma deseada por los familiares del fallecido, para después poder usarlo en un anillo o en un collar. El precio oscila entre 2.800 y 10.600 euros según el peso de la piedra (de 0,25 a 1 quilate), pero no vamos a entrar en pormenores pedestres si el familiar lo vale. No obstante, en caso de una familia numerosa podemos hacer pequeños diamantes que vayan en un pin. Por último tengamos  en cuenta que puede considerarse una inversión ya que conserva el valor más allá de los avatares de las bolsas y las monedas.

Si lo vemos desde el amor mantenemos al familiar todo el tiempo con nosotros: en el dedo, la oreja, el cuello o en alguna otra parte del cuerpo. Más aún que cuando vivía y sin que hable.