Desde el año 345, el 25 de diciembre es el día de Navidad, conmemoración del Nacimiento de Jesucristo en Belén, según los evangelios de San Mateo y San Lucas. Es una convención aceptada y respetada como tal, porque los evangelios no mencionan fechas y, por tanto, en ningún lugar se registra que Jesús naciera ese día. Es más, no hay pruebas históricas de la existencia de Jesús. Sin embargo, el 24 como Nochebuena y el 25 Navidad, se han impuesto en el mundo como fechas donde se exaltan valores y, hoy en día, es tanto una fiesta religiosa como una celebración laica.
Para muchos esta es una época donde predomina la costumbre pagana del festín y del consumo y se le da importancia a la comida, a la bebida y a los regalos.
Sin ánimo de contrariar, desde este blog proponemos un significado diferente a esta celebración: la de intentar una reconciliación con nosotros mismos y con quienes nos han ofendido. Al mismo tiempo, rescatamos al menos tres de los valores humanos originarios del cristianismo como el amor al prójimo (entendido como “otro” más que como el cercano), la solidaridad y la paz.
En estos días hay un ambiente social que favorece las relaciones y, a su amparo, crece la necesidad interior de reconciliarnos con nosotros mismos y con quienes compartimos tiempo y acciones. Entonces ¿por qué no intentarlo? Si esta disposición va montada en un propósito de cambio, de renovación, de transformación de la propia vida será más fácil operar. Cito: “reconciliar no es olvidar ni perdonar, es reconocer todo lo ocurrido y es proponerse no pasar por el mismo camino dos veces, sino disponerse a reparar doblemente los daños producidos. Pero está claro que a quienes nos han ofendido no podremos pedirles que reparen doblemente los daños que nos ocasionaron. Sin embrago es una buena tarea ver la cadena de perjuicios que van arrastrando en sus vidas. Al hacer esto nos reconciliamos con quienes hayamos sentido antes como un enemigo, aunque esto no logre que el otro se reconcilie con nosotros, pero eso ya es parte del destino de sus acciones sobre las que nosotros no podemos decidir” (Silo, en la cordillera de Los Andes, mayo de 2007).
Una manera de encarar este cambio en el punto de vista, que nos permita reconciliarnos y liberarnos del sufrimiento, es la revisión de las situaciones que consideramos más importantes en nuestra vida buscando descargarlas de negatividad. Algo hay de positivo en esas experiencias y el sentimiento contradictorio que se aloja pesadamente en nuestro interior, nos perjudica sólo a nosotros. Tampoco han sido tan graves nuestros fracasos. Hicimos lo que pudimos en ese momento y debemos ponernos en condiciones de hacerlo mejor la próxima vez.
Cito nuevamente a Silo: “En esas relaciones dolorosas que hemos padecido no estamos tratando de perdonar ni ser perdonados. Perdonar exige que uno de los términos se ponga en una altura moral superior y que el otro término se humille ante quien perdona. Y es claro que el perdón es un paso más avanzado que el de la venganza, pero no lo es tanto como el de la reconciliación. Tampoco estamos tratando de olvidar los agravios que hayan ocurrido. No es el caso de intentar la falsificación de la memoria. Es el caso de tratar de comprender lo que ocurrió para entrar en el paso superior de reconciliar” (Silo en las Jornadas de Inspiración espiritual, en mayo 07). Es una sugerencia para estos días.
La reconciliación nos da un plus energético y, como lo personal está íntimamente ligado a lo social, fortalece el sentido de las acciones en un proceso del cual hay indicadores. Estaremos mejor cuando hagamos cotidianamente algo que nos exalte como personas y que sirva al cambio en beneficio de quienes están excluidos de las cosas esenciales de la vida.
Un abrazo fraternal.