Viernes a la noche en Buenos Aires, pasada la 01:00 del sábado en Madrid. Nos comunicamos para saber cómo está todo porque vemos un vídeo donde la policía reparte palos como caramelos el día del niño. Pero no es broma. Un oficial recomienda a sus legionarios: “a los que tienen identificación católica, no. A los otros!”. Los otros son manifestantes que rechazan la visita del Papa y el costo a pagar por cabeza, sea católica o no. Otros son  -también- ciudadanos que pasan rumbo a sus hogares o toman el fresco por Calle de las Infantas.

Hablamos, nos cuentan. Por el teléfono se escucha el motor de un helicóptero. Preguntamos. Nos contestan: “Si, es un helicóptero que desde hace una semana patrulla el aire de Madrid desde las 07:00 hasta las 03:00 aproximadamente. Estoy -sigue- en una terraza mirando correr a los manifestantes seducidos por los modales policíacos”.

El relato sigue con más detalles pero es cosa sabida. Rescatamos una imagen: “Me topé con una marcha escalofriante. Un calvo de dos metros encabezaba una contramarcha de jóvenes católicos extranjeros con una cruz de palo como estandarte. Metía miedo. Parecía que marchaban a las cruzadas.” Hubo más, pero nos quedamos con eso. Ya sabemos la convicción de estas personas que creen que la fe se trasmite con los puños.

La manifestación de miles de ciudadanos -más de 20 mil- “contra la visita del Papa y por un Estado laico” fue multitudinaria y terminó con cargas policiales, que contaron con la ayuda de peregrinos católicos que intentaron impedir la entrada de la manifestación a la Puerta del Sol al grito de «esta es la plaza del Papa».

Un cable de agencia relata: “Pequeños grupos de católicos se paseaban entre los manifestantes, de forma provocadora, lo que era respondidos con gritos de «esa mochila la he pagado yo», «ignorantes» y «cristianos a los leones». Después de los enfrentamientos verbales vinieron las cargas de la policía.

Ayer, el Papa Benedicto XVI presidió el Vía Crucis y sus palabras envalentonaron a los participantes de varios países que vinieron a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), aunque en número mucho menor al esperado. Después hubo choques entre católicos y no católicos; éstos,  un universo de ateos, cristianos de base -rechazan el boato papal- gays, lesbianas, feministas, etcétera. Todos laicos que se preguntan: ¿Cuánto nos cuesta esto?

El aspecto económico existe, pero ha sido exagerado por la prensa, tal vez para tornarlo comprensivo para ellos mismos. No nos parece el centro de la protesta. Esta gente rebate a la iglesia como institución y, también, a la cultura del autoritarismo que impuso en occidente, caracterizada por el paternalismo, la degradación del papel de la mujer, la condena de la libertad sexual, la homofonía, el rechazo al matrimonio igualitario, la intolerancia, en suma, de la que ha hecho gala. Una larga historia de horrores.

El nacional-catolicismo en España -a su vez-tiene una tradición considerable,  que se remonta a Don Pelayo y la lucha contra los “moros” y conserva una honda caladura en la clase dominante incluida la monarquía actual, que Francisco Franco impuso. Pero siempre fue resistido por amplios sectores populares que impusieron la República. Reverdeció durante la dictadura del Generalísimo -fueron católicos por obligación de subsistencia- y desde el advenimiento de la democracia volvió a decrecer mientras paralelamente asomaba y luego se afirmaba un movimiento ateo contestatario. En la españa de hoy, la tendencia laica va creciendo.

Llama la atención que el Vaticano convoque a la juventud a una Jornada Mundial en una Madrid alzada pacíficamente contra un Estado cuyo rol es defender a una minoría de ricos -bancos, fortunas personales o familiares, empresas- y perjudicar al pueblo que es  la mayoría sufriente.

Estas mayorías que están movilizadas desde el 15M manifestando su indignación y haciendo propuestas que van en dirección contraria a las políticas de Estado, se han sentido provocadas por el representante de una religión que no los  representa. Una fiesta, no importa si de pocos o muchos, debe ser pagada por todos. Es cuanto menos, autoritarismo de pura cepa.

El factor económico se siente como parte de un desprecio cuando no hay un Estado que escuche a los indignados y, además, se horroriza de compartir el poder con el pueblo que es su legítimo dueño. El mensaje pareciera que es: “al pueblo no se le presta la atención que se le da al Papa con el dinero del pueblo”.