El fin de semana el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU) reunió a los miembros permanentes para considerar acciones que pretendían un cambio de régimen en Siria. Rusia y China cuestionaron el proyecto de resolución, ofrecieron cambios en la redacción y, ante la intransigencia occidental, optaron por el veto. “La solución política es la única viable”, afirmaron.

Las razones de China y Rusia para vetar la resolución que abría el paso a la OTAN para intervenir en Siria, son estratégicas: “dejar establecidos los límites del Consejo de Seguridad” en cuanto a no autorizar injerencias extranjeras en terceros países. Un “hasta aquí, no más”, que faltó en su momento para impedir la intrusión de EE.UU, Reino Unido, Francia y otros en la guerra civil en Libia, armada y alentada desde el extranjero.

Contrariamente, si no hubiesen ejercido el veto, abrían reforzado el camino de las intromisiones con otro peligroso precedente para los países más débiles y aún para aquellos que pueden hacerle sombra a EE.UU: tanto la potencia asiática como la euroasiática han advertido que la estrategia militar de occidente las tiene en su foco.

Esto pasa entre las latitudes 39º 55’ N (Beijing) y 55º 45’ 06’’N (Moscú) con centro en 45º 32’ N (Washington), es decir, el espacio donde anida el poder en el mundo, donde reside “la comunidad internacional”, el Norte hegemónico. Lo demás parece escenografía.

El canciller Serguei Lavrov declaró a la prensa tras el discurso de Vitaly Churkin en la ONU: “No somos amigos o aliados de Al-Assad. Intentamos atenernos a nuestras responsabilidades como miembros permanentes del Consejo que, por definición, no se entromete en los asuntos internos de los estados miembros”. Es verdad: basta leer el texto con las atribuciones para ver que son limitadas. Todos sabemos, igualmente, que la base militar de Rusia en el Mediterráneo -la única fuera de su territorio- está en Siria y esto también influye. Pero, dichos contra dichos, el hecho de impedir una intervención militar de la OTAN en otro país, es un hecho positivo. De no haberlo hecho, quedaría cuestionada la existencia misma de la ONU, creada después de la 2ª Guerra Mundial para evitar conflictos militares entre los países miembros.

Con una mirada más sesgada, los agentes diplomáticos imperiales salieron a replicar que rusos y chinos tienen problemas internos que pueden crear situaciones similares a las de Libia y Siria. Este disparate al valorar la magnitud de las dificultades en uno y otro país revela, más bien, que hay una política hacia esos estados que es similar a la que aplicaron en los Balcanes apenas cayó la URSS; en Ucrania; en la intentona con la caucásica Ossetia del Sur -entre otras- y, recientemente, en Libia. Es cierto que hace años que Rusia sufre el acoso de grupos separatistas en varias naciones a través de la acción de las Organizaciones no Gubernamentales (ONGs) y volvieron a aparecer con fuerza tras las recientes elecciones en la mismísima Moscú.

La información con que contamos es contundente: las maniobras desestabilizadoras sobre los países que compiten militar y económicamente -hoy no es un problema de ideologías opuestas- son financiados a través de ONGs, dirigidas por la “inteligencia” de EE.UU, Gran Bretaña y Francia.

En cuanto a Siria, su destino no parece tener buenas opciones si Bashar Al-Assad no acelera el plan de reformas que está en marcha.

El mundo actual vive en un peligro mayor que el sufrido durante la Guerra Fría entre los Imperios de occidente y oriente: subsiste un imperio en retirada y, como en el oscuro pasado de la humanidad, intenta imponerse por la violencia militar.