Un proceso, descriptivamente y al margen de la ideología que lo anima, es un conjunto de fases y etapas que en un tiempo determinado provoca mutaciones. Para que tenga el carácter de revolucionario debe estar presente la intencionalidad humana de dar la vuelta a las estructuras enjuiciadas.

Proceso revolucionario es entonces, el período en el que se producen transformaciones que, partiendo de una sociedad determinada configuran otra de signo opuesto. Por ejemplo, es el caso de la URSS en 1917; o China, en 1949; o Cuba en 1959, donde una sociedad capitalista mudó en sus estructuras hasta ser socialista.

El proceso revolucionario no es un concepto abstracto sino una cadena de hechos que producen avances importantes y van superando las reacciones de signo contrario que provocan en los sectores cuyos intereses son perjudicados. Por tanto, no es el suyo un transcurso lineal sino que cada acción es susceptible de causar reacciones y el factor decisivo en su sostenimiento es la intencionalidad humana orientando ese tránsito hacia nuevas estructuras de poder, nuevas relaciones sociales y nuevas formas de producción.

El proceso no es la revolución, sino el camino que lleva a ella. Más allá de los entusiasmos renovados que provoca la palabra y la posibilidad de concretarla en hechos, tanto los apresuramientos como las vacilaciones que surgen en su transcurso son grandes escollos. Es posible que para conducir  transformaciones radicales haya que controlar la exaltación verbal y manejarse con la prudencia de un estadista que pondera sus fuerzas antes de dar cada paso. Es un punto de vista y estas son reflexiones que los latinoamericanos podemos hacer ahora desde la altura de un triunfo que reverdece los ánimos y que sentimos como nuestro: el de Hugo Chávez Frías y el pueblo de Venezuela.

Los humanistas hemos apoyado sin reservas este proceso revolucionario al que, por supuesto, no confundimos con una revolución. Tampoco la hemos llamado humanista porque ya tiene su propio nombre: “socialismo bolivariano del siglo 21” y es válido destacarlo no para diferenciarnos sino para que no se confundan los que leen sin atención o a través de prejuicios.

Apoyamos las transformaciones de Venezuela, porque es la voluntad reiterada de un pueblo que sonríe ante el paternalismo de los elitistas que prefieren que no haya re-elección (prefieren alternancias entre presidentes que responden a los mismos intereses como ocurre en el bipartidismo); por democrático (cuatro elecciones presidenciales ganadas, más un triunfo en la revocatoria de mandato y un plebiscito perdido); por coincidencias ideológicas (integración latinoamericana, anticapitalismo, lucha antiimperialista); por sus políticas sociales (inclusión de amplios sectores, vivienda, empleo, salud, educación, etcétera); por su política económica (desarrollo agropecuario y de la industria, infraestructura, etcétera). Sirva esto sólo de ejemplo.

Hugo Chávez Frías ha sido ungido en el día de hoy por el tribunal electoral nacional como triunfador en las elecciones del día 7 de octubre por un importante margen según se desprende de las cifras finales. El presidente re-electo ha tomado la decisión política de que le acompañe como Vicepresidente el hasta ahora canciller  Nicolás Maduro.

Los humanistas celebramos la decisión del pueblo venezolano y hacemos votos porque el socialismo Bolivariano del siglo 21 siga su avance hacia una sociedad que tenga al ser humano como su valor central.